El imperialismo económico es el dominio de una nación sobre otra menos desarrollada. Esto, sin tener que recurrir a medios políticos ni militares, sino solo la influencia de las relaciones comerciales.
Es decir, nos referimos a un tipo de hegemonía que se puede ejercer por la dependencia económica de un país respecto a otro (que usualmente es una potencia).
Visto de otro modo, esta clase de imperialismo se da cuando, por medio de un condicionamiento económico, el gobierno de una nación influye en las decisiones que se dan en otro territorio.
Este fenómeno suele relacionarse mucho con la influencia que ejercen potencias mundiales como Estados Unidos o China sobre países menos desarrollados. De esa forma, se buscan fortalecer lazos diplomáticos y comerciales, consolidando a la vez un dominio geopolíticamente estratégico.
Cabe señalar que cuando cuenta con una estructura formal (como el puesto de virrey), al imperialismo se le denomina colonialismo.
Formas de ejercer el imperialismo económico
Algunas formas de ejercer el imperialismo económico podrían ser:
- Inversión extranjera directa: El país A realiza una importante inversión en B, por ejemplo, en una obra de infraestructura. Pero a cambio quizás solicitará un permiso para establecer una base militar en el territorio de B.
- Créditos o ayudas económicas: Una potencia mundial puede otorgar un crédito a un país en vías de desarrollo, pero a cambio de que este siga determinadas pautas en su política monetaria y fiscal.
- Fusión o adquisición de empresas: Puede ser que una franquicia extranjera adquiera una marca o empresa local. De ese modo, podría llegar incluso a dominar el mercado (incluso con un poder monopólico), influenciando en la oferta y, por ende, en el precio del producto en cuestión.
Ejemplo de imperialismo económico
Un ejemplo de imperialismo económico puede ser el Plan Marshall, mediante el cual Estados Unidos trató de facilitar la reconstrucción y recuperación de Europa tras la Segunda Guerra Mundial.
Este plan se desplegó mediante ayudas económicas, con el objetivo de expandir la influencia estadounidense en el viejo continente, reduciendo además barreras al comercio. Esto, para frenar el avance de ideas comunistas. Así, las naciones aliadas recibieron más ayuda per cápita que los antiguos miembros del Eje o aquellas naciones que habían permanecido neutrales durante el conflicto.
Estados Unidos buscaba con este plan impulsar el desarrollo de Europa, pero también consolidar lazos diplomáticos y expandir las ideas del libre comercio.